Antes, no lo hacía como correspondía,
y eso que es la más importante de las comidas.
Despertaba y me iba,
o me ponía a estudiar o a cantar,
o limpiaba mi casa para empezar el día.
Hoy me siento frente a mi ventana,
le conozco la cara a las mañanas,
mucho sol, tres nubes, cero lluvias y un poco de viento,
ya tengo mi reporte del tiempo.
Diez, veinte o treinta minutos no es nada
para estar más lleno y más tranquilo,
lejos de una leche chocolatada y de un té de tilo,
prefiero un yogurt o el mate,
masitas de chocolate, bizcochos o tostadas
acompañadas de un poco de mermelada.
Con música o en silencio, como dice la ley:
"hazlo como un rey".
Me preparo bien para mi día y no vuelvo a la cama.
Y, conmigo o con alguno,
revivo este momento tan oportuno
que le da vida a mis mañanas;
el desayuno.
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