Adivinen quién volvió.


Volvimos,
a los restos de desayuno por la mañana,
a los mensajes inoportunos cuando estoy en clase,
a tener un neceser lleno de maquillaje;
volvimos a saber de mi hermana.

Volvimos,
a la crema de enjuague 
desparramada en la mesa del baño,
a cerrar con llave
mi pieza como si fuera un extraño,
a ponerme firme 
para que no use mi mate,
a escucharla decirme:
"No te comas todo el chocolate".

Volvimos,
a escuchar su horrible música fuerte,
a creer que ella es el "combustible" de mi mala suerte.
Volvimos a compartir el mismo coche,
y a pasar del día a la noche
hablando de reproches.

Volvimos,
a tener las bolas por el piso,
a preguntarnos "¿Y esto quién lo hizo?",
a los pelos rubios en el suelo,
a encontrar tirada la planchita para el pelo.

Volvimos,
a sacar cuatro veces por semana la basura,
a tener que escuchar puteadas sin censura.
A pelearnos por quién tiene que limpiar,
y a abrir la canilla cuando el otro se va a bañar.

Volvimos,
a las risas en común,
a quedarnos sin champú,
a compartir estúpidos silbidos
de canciones que no tienen sentido.
Volvimos a odiarnos y comunicarnos por notas,
a querernos, y demostrarlo en cuotas.

Volvimos,
a las bombachas colgadas en la cortina,
a saber que la paz se murió.
Adivinen quién volvió,
sí, volvió Agostina.

¿Quién muere?

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú. Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las íes a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.

Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.

Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no pregunta de un asunto que desconoce o no responde cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.

Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.

Pablo Neruda.